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Cotidiano

Poeta languidece en soledad

Poeta languidece en soledad

Recostado con el contraluz directo a su rostro, Julio Fausto Aguilera autoriza al director de la casa hogar Cabecitas de Algodón el ingreso de los periodistas para conocer su estado de salud. "Es una suerte que les haya recibido", dice Juan de Dios Aceituno y agrega que el desfallecido poeta se resiste a compartir con los visitantes.

Y no es por desprecio, sino su aguda depresión y la abulia que lo ha empujado a aislarse de quienes lo abandonaron mucho tiempo atrás.

En su célebre composición "La Patria que yo ansío", el escritor promulgó su amor a Guatemala, aun cuando ella, sus habitantes, la injusticia misma contra quien luchó toda su vida, lo han dejado a su suerte. Los últimos versos escritos hace cuarenta años rezan: "Esta es la patria, esta es la que mata / La que vida me da con estos cantos / ¡Que no sé si son cantos o lloros / porque tanto la espero y tarda tanto/".

El poeta en su lecho ya no lee, mucho menos puede coger una pluma y plasmar su sentimiento más profundo, sin embargo, al preguntarle sobre la literatura y la poesía, asegura que la extraña, le duele ya no poder expresar con el filo punzante de una palabra escrita sus últimos claveles al país que lo abandonó.

Ataviado con un envejecido saco gris que recubre su cuerpo débil y moribundo, trata de acomodar sus canas recién recortadas para recibir al reportero y al fotógrafo. Sentado en una silla blanca de plástico responde tácito a las primeras preguntas, pero se detiene al sentir que su cabeza le da golpes punzantes y se disculpa con un "ya no puedo hablar, estoy muy enfermo".

Aceituno, rectifica que J.F. Aguilera padece de constantes dolores de cabeza que son calmados con medicamentes que logran conseguir a base de donaciones; no obstante, dada la agonía del centro, tanto él como los otros 49 ancianos que son atendidos en Cabecitas de Algodón, podrían quedar en el desamparo total.

Cuando J.F. Aguilera llegó al hospicio hace dos años, nadie se imaginaba que fuera una personalidad, mucho menos que fuese el ganador del Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias en el 2002 y del Quetzal de Oro de la Asociación de Periodistas de Guatemala.

Una de las enfermeras que diariamente lo atiende, confiesa que nunca pensó que el anciano de cabello y barba blancos fuese "una verdadera personalidad en el país".

Al consultarle al poeta sobre el destino del premio (diploma, medalla y dinero en efectivo), asegura que su hermana Josefina Aguilera lo posee en su casa ubicada de la colonia Quinta Samayoa, zona 7 capitalina.

Y es ella el único vínculo que lo une con el resto de sus familiares, de quienes recibe visitas esporádicas, sin embargo, el escritor aclara que Josefina llega constantemente a visitarlo.

J.F. Aguilera dictó a su hermana los últimos versos que fueron publicados por este vespertino hace un par de años, previo a ser recluido en la Casa San Vicente de Paúl y trasladado a la Antigua Guatemala, donde permanece.

La misma enfermera que le lleva su cotidiano vaso de leche, recuerda que hubo un tiempo que Aguilera salía a compartir con los visitantes y recitaba "La patria que yo ansío", inclusive mostró sus habilidades musicales en un pequeño teclado.

"Ese señor es talentoso. Es brillante, pero creo que su autoestima ya está deteriorada", dice Aceituno.

Aguilera vive con temores. Según cuentan, tiene miedo a comer sólidos pues cree que se ahogará, aseguran. Pasa los días dentro del cuarto habilitado especialmente para él y de vez en cuando da una vuelta, recostado en su bastón desgastado, por la fuente de la casona.

No es muy dado a la conversación, y uno de los voluntarios que comparte con los ancianos dice que su nivel cultural no le permite compartir con los demás.

El poeta jalapaneco tiene ya 77 años y con su debilitada voz agrega al entrevistador que el cansancio y su padecimiento ya no le permiten hacer cosas que quisiera, como plasmar con sus temblorosas manos uno que otro verso, de los que sólo él puede escribir.

"Talvez lo único que quiera ya es descansar", comenta Aceituno, pues ni siquiera soporta el ruido de la música y el bullicio le atormenta.

Una mujer de cuarenta años llega cada mes, es de las pocas donantes que aportan para la causa, lamenta que el poeta resucite únicamente cuando la casa hogar está a punto de cerrar, pues las deudas de renta, salarios y los rubros esenciales ahogan el débil presupuesto de la casa y empeoran la situación de los cincuenta ancianos que dependen de la buena voluntad y el altruismo.

Diez minutos duró la conversación con el escritor, y fue una suerte, pues evita entablar diálogos con extraños. Dice ya no informarse de lo que sucede afuera de las paredes que lo albergan, pero al pedirle una opinión sobre el contexto actual dice: "vivimos una lucha contra el crimen, hay mucho crimen y mucha injusticia", males por los que luchó durante toda su vida.

Han existido algunos movimientos, personales y de instituciones para buscarle una pensión a J.F. Aguilera, pero hasta el momento no se ha conseguido un apoyo real. Inclusive el escritor Carlos Figueroa Ibarra envió una misiva a los diputados Pablo Monsanto, Nineth Montenegro, Mario Chávez, Mirna Ponce, Alberto Samayoa, María Reihardt y Alfredo de León Solano para socorrer al poeta y al militante revolucionario Mario Robles.

El médico Aceituno comenta que no es de achacarle solamente a la familia la culpa del abandono en que se encuentra el poeta, sino es responsabilidad del país "donde dejó un legado invaluable".

"No se trata de buscar culpables sino de hacer conciencia, porque alguien como él merece un sitial digno", finaliza Aceituno.


¿Quién es J.F. Aguilera?

El creador de odas al amor humano, a los ideales populares y al rebelde sentimiento entrañable hacia la patria, nació en Jalapa en 1929. La vida no siempre le sonrió, al transcurrir el tiempo y conforme su conciencia social iba formándose sufrió vejámenes que le inspiraron a luchar por un país sin injusticias.

Si bien a los diez años escribió su primer poema, fue a los 21 cuando se encaminó a una vida dedicada a la poesía que lo empujó a crear el desaparecido grupo Saker-ti, que dejó huellas afanosas que pregonaron una renovación política, social cultural y literaria. Este grupo fue conformado por otros ilustres escritores que sufrieron los embates de la represión del ex presidente Carlos Castillo Armas.

La desarticulación de Saker-ti cobró la vida de varios de sus integrantes, el exilio, así como la prisión de otros, incluyendo a J.F. Aguilera, quien aun desde la prisión de cuatro meses que padeció continuó publicando y cosechando una prolífica carrera literaria.

A sus 27 años fue incluido en una recopilación de poetas jóvenes, y desde ya se le profetizaba una prometedora andanza en las letras del país, sus cantos inspiraron nuevas formas de plasmar versos, de ello el columnista Mario Roberto Morales dijo en algún momento "es uno de los escritores que renovó la expresión poética nacional de la segunda mitad del siglo XX".

Estudió música en el Conservatorio Nacional y participó además en la creación del grupo Nuevo Signo, que al igual que Saker-ti, pretendían darle un impulso a la creación nacional y constituirse en opositores constantes de las injusticias sociales desde las palabras versificadas.

Por otro lado, la Facultad de Humanidades de la Universidad de San Carlos de Guatemala, lo hizo Emeritissimum, entre un amplio abanico de reconocimientos que destacan en su vida.

En el 2002 el consejo asesor para las letras del Ministerio de Cultura y Deportes lo seleccionó como el merecedor del Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias, que consta en una dotación de 50 mil quetzales, diploma y una medalla, que le fue entregada un año después, según recuerda el poeta.

Los argumentos de selección fueron que "se ha producido durante toda una vida de heroísmo y compromiso literario con la sociedad guatemalteca; que ha trascendido, dentro y fuera de Guatemala, por su contenido y formas poéticas que alquimizan la estética clásica con la contemporánea, dándole a su escritura un elevado sentido de lo humano".


En agonía

No sólo se vive de misericordias. Si bien, las muestras de solidaridad no se ahogan por completo, el director y fundador de la casa hogar Cabecitas de Algodón, Juan de Dios Aceituno, dice que la escasez ha hecho tambalear la continuidad de la institución que atiende a los ancianos desamparados.

El 16 de diciembre pasado cumplieron cuatro años de funcionamiento y asegura que durante todo ese tiempo han estado sobreviviendo con los aportes de donaciones, que con el tiempo pierden la constancia obligándolos a tocar puertas en diferentes lugares a cada momento para no cerrar.

"No sólo luchamos con la escasez y la situación económica, luchamos contra la cultura", dice el neuroanestesiólogo que fundó el hogar con inversión propia y aportes de personas altruistas.

Allí llegan personas de la tercera edad que son desahuciadas por los hospitales del país, otros son recogidos por los bomberos de los basureros o llegan por voluntad propia esperando encontrar un lugar digno para pasar los últimos días de su vida.

Son dos casas donde 36 enfermeras atienden a los 50 ancianos, brindándoles las atenciones mínimas, como higiene, alimentación, recreación y servicios médicos.

Desde su inicio ha recibido a al menos 150 pacientes, pero por lo avanzado de las enfermedades y el cansancio de sus edades mueren, solo en diciembre fallecieron siete, asegura una enfermera.

"El objetivo es rescatar la dignidad del ser humano, y brindarles a estas personas una tranquilidad en el ocaso de sus vidas. Es incomprensible que alguien que ya aportó para su país, la sociedad y su familia se olviden de ellos. Eso para mí es de los mayores crímenes. Es trágico y llora sangre", comenta Aceituno.

Que además de confesar las limitaciones con que cuenta el centro dice que ha sido víctima de constantes críticas de quienes desde un inicio vieron mal la apertura de los albergues.

"Acá estoy en la ciudad, pero pareciera que estuviera en la montaña", comenta.

Si bien se han hecho algunas actividades de beneficencia, y la asociación ha logrado recaudar capital para continuar operando, las necesidades y el déficit económico continúan. Las facturas de renta, alimentación, medicamentos, salarios y en ocasiones gastos funerarios hacen que Cabecitas de Algodón necesite de un presupuesto mensual mínimo de al menos Q 80 mil, asegura Aceituno.

Si se desea colaborar con el sostenimiento de la Casa Cabecitas de Algodón puede hacer llegar sus donativos directamente a la Calzada Santa Lucía No. 18 o hacer depósitos monetarios a la cuenta No. 520001639-4 del banco G&T Continental.

* Foto de Jorge Senté

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